El 4 de julio de 1919, Augusto B. Leguía dio
un golpe de Estado, se proclamó Presidente Provisorio e inauguró el régimen
llamado de Patria Nueva. Periodo comprendido entre 1919 y 1930 en el cual el
gobierno de Augusto Bernardino Leguía poniendo fin a la República Aristocrática
y desarrollando un tino de gobierno autoritario en el cual las leyes se
ajustaban a la voluntad del presidente.
El régimen de la Patria Nueva se presentó con
el intento de constituir una patria justa, moderna y descentralizada. En el
seno de la Asamblea Nacional se aprobó la Constitución de 1920, que defendía
una república descentralizada, liberal y parlamentaria. En los hechos, el
régimen autorizó la reelección indefinida del presidente; se implantó la dictadura
y se persiguió a los adversarios del gobierno.
En el intento de modernizar el país, el
Estado adquirió préstamos para promover el empleo y las obras públicas. Se creó
el Banco de Reserva y bancos que facilitaron préstamos a los pequeños
propietarios y agricultores. Se incrementaron las exportaciones. Se ejecutaron
obras pública para modernizar la ciudad de Lima. Se construyeron proyectos de
irrigación y caminos y carreteras al interior del país. La deuda externa
peruana creció durante el Oncenio a 600 millones de soles.
Durante el Oncenio el Perú tuvo que
solucionar cuestiones fronterizas pendientes, en las que Leguía no siguió una
política exterior independiente. Se suscribió el Tratado Salomón-Lozano, por el
que Perú cedió a Colombia el Trapecio Amazónico. También se firmó el Tratado de
Lima, que puso fin a la cuestión de Tacna y Arica. Arica quedó para Chile y
Tacna volvió al Perú.
La dictadura de Augusto B. Leguía se
convirtió en un régimen personal, caudillista, con un culto exagerado a la
personalidad del líder y una crecente corrupción administrativa y política. Los
partidos tradicionales desaparecen avasallados por el poder político de la
dictadura y paralelamente surgen dos figuras desatacadas del pensamiento
político en el Perú: Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.
El 22 de agosto de 1930 el Comandante Luis M.
Sánchez Cerro se pronunció en Arequipa en contra del régimen. El
pronunciamiento triunfó poniendo fin a los once años de gobierno de Leguía.
Comparación con la República Aristocrática
“El proyecto oligárquico, consistente en
tratar de asimilar al Perú a la civilización europea, idealizada como una
comunidad próspera, ordenada y culta, entró, sin embargo, en crisis en los años
veinte, debido al surgimiento de sectores como la clase media urbana, cobijada
en el empleo público, las Fuerzas Armadas, el comercio y el trabajo
intelectual, y el proletariado agrario, minero y urbano, para los que dicho
proyecto, o carecía de propuestas que lo incorporasen, o en todo caso lo hacía
a un ritmo desesperadamente lento e incompleto” (Contreras y Cueto 2004: 197).
“Leguía representó la aparición de nuevos
grupos e intereses locales, empresariales, burocráticos, profesionales y
estudiantiles, que habían dado origen a las clases medias urbanas. Pensaba que
eran estos nuevos grupos, y no la oligarquía exportadora, quienes estaban
llamados a modernizar el país. Esta fue una diferencia marcada con el periodo
anterior y explica en parte el éxito inicial de Leguía y la crisis del
civilismo. Este último había podido persistir en una sociedad donde no había
necesidad de intermediarios sociales, ya que los grandes protagonistas sociales
y políticos eran la elite y un pueblo “bárbaro” al que debían educar, y que,
por lo demás, se encontraba bastante fragmentado y controlado por el
gamonalismo rural. Con la aparición de las clases medias este sistema de
sociedad y gobierno entró en crisis” (Contreras y Cueto 2004: 234).
La elite, de la cual estos autores
destacan su poderío sobre la otra parte de la sociedad fragmentada, “…
reconocían como problemas nacionales… la falta de relación entre el Estado y la
sociedad y la fragmentación social, manifestada en la marginación de los
indígenas y a veces de los nuevos grupos sociales urbanos” (Contreras y Cueto
2004: 224). De esta manera promovieron una educación técnica y científica, la
inmigración de europeos y otra gente de “raza blanca” y una desfragmentación
parcial de la sociedad. Parcial debido a que ellos querían que los indígenas
sean educados técnica y científicamente para que su producción aumente, no se
trataba de una inclusión social verdadera. De esta manera, “la educación fue considerada
también como una manera eficaz de incorporar a los indígenas, de socializar a
los inmigrantes y de promover el progreso” (Contreras y Cueto 2004: 228).
Sin embargo, hacia 1915 se produjo una
reacción influenciada por la filosofía espiritualista, que obtendría en
Alejandro Deustua, profesor de la época de filosofía de San Marcos. Según
Deustua, había que evitar el utilitarismo de la educación técnica, promover una
formación moral y consolidar una elite dirigente con valores humanistas. Sobre
los indígenas llegó a escribir: “¡Los analfabetos! Esos infelices no deben
preocuparnos tanto. No es la ignorancia de las multitudes sino la falsa
sabiduría de los directores lo que constituye la principal amenaza contra el
progreso nacional”. De esta manera y
otras se vieron esclarecidas la búsqueda de una identidad nacional y, con
asociaciones y agrupaciones que surgieron en la época, como la Asociación Pro
Indígena, delataron y pusieron al descubierto la explotación de la cual los
indígenas eran víctimas. De esta manera, con el surgimiento también de las
protestas obreras se darían las luchas sociales que terminarían marcando el fin
de la República Aristocrática y el comienzo del declive de la preponderancia
civilista.
En los inicios del Oncenio de Leguía, este
demagogo no omitió promesa alguna. “Este cúmulo de promesas-ciertamente
demagógicas- encandiló a grandes sectores juveniles” (Percy Cayo 2004). Esto,
junto a la demolición del poder civilista quitó del Estado opresión alguna lo
que le dejó establecer un régimen paternalista, donde Leguía, en otras
palabras, hacía lo que quería. Se dio una obsecuencia parlamentaria total donde
el presidente pudo poner en marcha su proyecto de patria nueva. De la misma
manera que en la República Aristocrática, abrió las puertas al capital
extranjero, solo que a diferencia del periodo pasado, la preponderancia la tuvo
Estados Unidos y no Gran Bretaña. Pero, en ambos periodos se trató de
modernizar el país aunque en el primero se dieron los fenómenos de desnacionalización
de las empresas y del sistema del enganche para conseguir mano de obra de una
manera muy fácil.
La apertura del canal de Panamá en 1914 y
la Primera Guerra Mundial habían ayudado enormemente a que el Perú incremente
sus exportaciones pero esto, como todos los sucesos económicos de la República
Aristocrática, solo ayudaron al crecimiento de la oligarquía, estableciendo así
un crecimiento sin equidad. Sin embargo, a pesar de sus promesas, Leguía
también fue hacedor de un crecimiento sin equidad ya que las clases altas se
vieron muy afectados por los altos impuestos a la renta, la mayor recaudación
tributaria y otras medidas que Leguía dispuso para quitarle poder al civilismo.
La bonanza de la República Aristocrática,
que se vería mermada por el término de la Primera Guerra Mundial y luego, por
la caída de la bolsa de valores de Nueva York en 1929, se dio, principalmente,
en el sector de la agricultura, especialmente en el algodón y el azúcar. A
diferencia de esto, en el Oncenio de Leguía se creó una simple sensación de
bonanza ya que, si bien el presupuesto creció en un 86% entre 1919 y 1925 y
luego 21% entre este último año y 1930, la deuda externa había incrementado
ocho veces.
En
el tercer año de su segundo gobierno, Leguía tuvo la suerte de celebrar el
primer centenario de la República y de la batalla de Ayacucho. Para este
propósito, consiguió préstamos extranjeros con los cuales construyó varias
obras y recibió, en forma de regalo otros monumentos. “Gracias a este régimen
paternalista, la demagógica defensa del indio, la construcción de obras
públicas a través de numerosos empréstitos, el control de las instituciones
políticas y los medios de prensa, Augusto B. Leguía creó una sensación de
bonanza y pudo ganarse las simpatías de considerables sectores de la población”
(Percy Cayo 2004).
Entre las obras que lo ayudaron a
conseguir la aprobación del pueblo, también estuvo la supuesta
descentralización fiscal, que sin poder efectivo terminaría haciendo crecer aún
más a la centralización limeña. Esto, indudablemente ayudaría a que el dictador
concentrase el poder en su persona.
Sin embargo, su caída habría de llegar en
1930, en Arequipa mediante la sublevación del comandante Luis Miguel Sánchez
Cerro. Su prolongada presencia había terminado por desgastarlo y, habiendo
crecido las dudas sobre tanta gente mandada al exilio y otros mandados a la
isla del Frontón, los continuos cambios en la Constitución; los cuestionables
tratados limítrofes con los países vecinos, donde, Leguía había afirmado que el
país, para prosperar, debí acabar con las hipotecas fronterizas; terminarían
por haciéndolo encarcelar y, un tiempo después, fallecer.