miércoles, 5 de diciembre de 2012

Oncenio de Leguía (1919-1930)

El 4 de julio de 1919, Augusto B. Leguía dio un golpe de Estado, se proclamó Presidente Provisorio e inauguró el régimen llamado de Patria Nueva. Periodo comprendido entre 1919 y 1930 en el cual el gobierno de Augusto Bernardino Leguía poniendo fin a la República Aristocrática y desarrollando un tino de gobierno autoritario en el cual las leyes se ajustaban a la voluntad del presidente.

El régimen de la Patria Nueva se presentó con el intento de constituir una patria justa, moderna y descentralizada. En el seno de la Asamblea Nacional se aprobó la Constitución de 1920, que defendía una república descentralizada, liberal y parlamentaria. En los hechos, el régimen autorizó la reelección indefinida del presidente; se implantó la dictadura y se persiguió a los adversarios del gobierno.

En el intento de modernizar el país, el Estado adquirió préstamos para promover el empleo y las obras públicas. Se creó el Banco de Reserva y bancos que facilitaron préstamos a los pequeños propietarios y agricultores. Se incrementaron las exportaciones. Se ejecutaron obras pública para modernizar la ciudad de Lima. Se construyeron proyectos de irrigación y caminos y carreteras al interior del país. La deuda externa peruana creció durante el Oncenio a 600 millones de soles.

Durante el Oncenio el Perú tuvo que solucionar cuestiones fronterizas pendientes, en las que Leguía no siguió una política exterior independiente. Se suscribió el Tratado Salomón-Lozano, por el que Perú cedió a Colombia el Trapecio Amazónico. También se firmó el Tratado de Lima, que puso fin a la cuestión de Tacna y Arica. Arica quedó para Chile y Tacna volvió al Perú.

La dictadura de Augusto B. Leguía se convirtió en un régimen personal, caudillista, con un culto exagerado a la personalidad del líder y una crecente corrupción administrativa y política. Los partidos tradicionales desaparecen avasallados por el poder político de la dictadura y paralelamente surgen dos figuras desatacadas del pensamiento político en el Perú: Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui.

El 22 de agosto de 1930 el Comandante Luis M. Sánchez Cerro se pronunció en Arequipa en contra del régimen. El pronunciamiento triunfó poniendo fin a los once años de gobierno de Leguía.

Comparación con la República Aristocrática

“El proyecto oligárquico, consistente en tratar de asimilar al Perú a la civilización europea, idealizada como una comunidad próspera, ordenada y culta, entró, sin embargo, en crisis en los años veinte, debido al surgimiento de sectores como la clase media urbana, cobijada en el empleo público, las Fuerzas Armadas, el comercio y el trabajo intelectual, y el proletariado agrario, minero y urbano, para los que dicho proyecto, o carecía de propuestas que lo incorporasen, o en todo caso lo hacía a un ritmo desesperadamente lento e incompleto” (Contreras y Cueto 2004: 197).

“Leguía representó la aparición de nuevos grupos e intereses locales, empresariales, burocráticos, profesionales y estudiantiles, que habían dado origen a las clases medias urbanas. Pensaba que eran estos nuevos grupos, y no la oligarquía exportadora, quienes estaban llamados a modernizar el país. Esta fue una diferencia marcada con el periodo anterior y explica en parte el éxito inicial de Leguía y la crisis del civilismo. Este último había podido persistir en una sociedad donde no había necesidad de intermediarios sociales, ya que los grandes protagonistas sociales y políticos eran la elite y un pueblo “bárbaro” al que debían educar, y que, por lo demás, se encontraba bastante fragmentado y controlado por el gamonalismo rural. Con la aparición de las clases medias este sistema de sociedad y gobierno entró en crisis” (Contreras y Cueto 2004: 234).

La elite, de la cual estos autores destacan su poderío sobre la otra parte de la sociedad fragmentada, “… reconocían como problemas nacionales… la falta de relación entre el Estado y la sociedad y la fragmentación social, manifestada en la marginación de los indígenas y a veces de los nuevos grupos sociales urbanos” (Contreras y Cueto 2004: 224). De esta manera promovieron una educación técnica y científica, la inmigración de europeos y otra gente de “raza blanca” y una desfragmentación parcial de la sociedad. Parcial debido a que ellos querían que los indígenas sean educados técnica y científicamente para que su producción aumente, no se trataba de una inclusión social verdadera.  De esta manera, “la educación fue considerada también como una manera eficaz de incorporar a los indígenas, de socializar a los inmigrantes y de promover el progreso” (Contreras y Cueto 2004: 228).

Sin embargo, hacia 1915 se produjo una reacción influenciada por la filosofía espiritualista, que obtendría en Alejandro Deustua, profesor de la época de filosofía de San Marcos. Según Deustua, había que evitar el utilitarismo de la educación técnica, promover una formación moral y consolidar una elite dirigente con valores humanistas. Sobre los indígenas llegó a escribir: “¡Los analfabetos! Esos infelices no deben preocuparnos tanto. No es la ignorancia de las multitudes sino la falsa sabiduría de los directores lo que constituye la principal amenaza contra el progreso nacional”.  De esta manera y otras se vieron esclarecidas la búsqueda de una identidad nacional y, con asociaciones y agrupaciones que surgieron en la época, como la Asociación Pro Indígena, delataron y pusieron al descubierto la explotación de la cual los indígenas eran víctimas. De esta manera, con el surgimiento también de las protestas obreras se darían las luchas sociales que terminarían marcando el fin de la República Aristocrática y el comienzo del declive de la preponderancia civilista.

En los inicios del Oncenio de Leguía, este demagogo no omitió promesa alguna. “Este cúmulo de promesas-ciertamente demagógicas- encandiló a grandes sectores juveniles” (Percy Cayo 2004). Esto, junto a la demolición del poder civilista quitó del Estado opresión alguna lo que le dejó establecer un régimen paternalista, donde Leguía, en otras palabras, hacía lo que quería. Se dio una obsecuencia parlamentaria total donde el presidente pudo poner en marcha su proyecto de patria nueva. De la misma manera que en la República Aristocrática, abrió las puertas al capital extranjero, solo que a diferencia del periodo pasado, la preponderancia la tuvo Estados Unidos y no Gran Bretaña. Pero, en ambos periodos se trató de modernizar el país aunque en el primero se dieron los fenómenos de desnacionalización de las empresas y del sistema del enganche para conseguir mano de obra de una manera muy fácil.

La apertura del canal de Panamá en 1914 y la Primera Guerra Mundial habían ayudado enormemente a que el Perú incremente sus exportaciones pero esto, como todos los sucesos económicos de la República Aristocrática, solo ayudaron al crecimiento de la oligarquía, estableciendo así un crecimiento sin equidad. Sin embargo, a pesar de sus promesas, Leguía también fue hacedor de un crecimiento sin equidad ya que las clases altas se vieron muy afectados por los altos impuestos a la renta, la mayor recaudación tributaria y otras medidas que Leguía dispuso para quitarle poder al civilismo.

La bonanza de la República Aristocrática, que se vería mermada por el término de la Primera Guerra Mundial y luego, por la caída de la bolsa de valores de Nueva York en 1929, se dio, principalmente, en el sector de la agricultura, especialmente en el algodón y el azúcar. A diferencia de esto, en el Oncenio de Leguía se creó una simple sensación de bonanza ya que, si bien el presupuesto creció en un 86% entre 1919 y 1925 y luego 21% entre este último año y 1930, la deuda externa había incrementado ocho veces.
 En el tercer año de su segundo gobierno, Leguía tuvo la suerte de celebrar el primer centenario de la República y de la batalla de Ayacucho. Para este propósito, consiguió préstamos extranjeros con los cuales construyó varias obras y recibió, en forma de regalo otros monumentos. “Gracias a este régimen paternalista, la demagógica defensa del indio, la construcción de obras públicas a través de numerosos empréstitos, el control de las instituciones políticas y los medios de prensa, Augusto B. Leguía creó una sensación de bonanza y pudo ganarse las simpatías de considerables sectores de la población” (Percy Cayo 2004).

Entre las obras que lo ayudaron a conseguir la aprobación del pueblo, también estuvo la supuesta descentralización fiscal, que sin poder efectivo terminaría haciendo crecer aún más a la centralización limeña. Esto, indudablemente ayudaría a que el dictador concentrase el poder en su persona.

Sin embargo, su caída habría de llegar en 1930, en Arequipa mediante la sublevación del comandante Luis Miguel Sánchez Cerro. Su prolongada presencia había terminado por desgastarlo y, habiendo crecido las dudas sobre tanta gente mandada al exilio y otros mandados a la isla del Frontón, los continuos cambios en la Constitución; los cuestionables tratados limítrofes con los países vecinos, donde, Leguía había afirmado que el país, para prosperar, debí acabar con las hipotecas fronterizas; terminarían por haciéndolo encarcelar y, un tiempo después, fallecer.

1 comentario:

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